Salón Versalles

Fachada del Salón Versalles. Jairo Osorio, ca. 1970.


Protagonista gastronómico y cultural

Al Astor y al Salón Versalles los separan poco más de cien metros, y aunque sus especialidades y ofertas gastronómicas son muy distintas, ambos lugares están unidos por ser los únicos sobrevivientes de esa vía que generó el verbo juniniar en Medellín y de la cual ya no queda prácticamente nada. En ese pequeño paseo de dos cuadras ya no está ni su famoso teatro, ni el Hotel Europa, ni el Café Madrid, ni el Club Unión; hasta la vieja Librería Nueva desapareció, como fueron desapareciendo el teatro María Victoria, el Café Miami, El Cardesco y el salón de billares y academia de ajedrez Metropol.

También hay cierta similitud en sus orígenes. Así como el salón de té Astor lo fundó en 1930 el suizo Enrique Baer, el salón Versalles abrió sus puertas en agosto de 1961 gracias al esfuerzo del argentino Leonardo Nieto. Dos extranjeros que por diversas circunstancias llegaron a nuestra ciudad y terminaron quedándose, y sus nombres y el de sus empresas se adentraron en la historia de Medellín por la puerta grande del estómago.

Actualmente forman parte de la geografía gastronómica y cultural de la ciudad, y los besos de negra y los moros del Astor, así como las empanadas argentinas y los sándwiches de miga del Versalles, deleitan con su sabor original pero ya son tan nuestros como el buñuelo y la arepa.

 

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