El cantante español Manolo Galván llegó tarde de la Carpa Cabaret. Se paró en el lobby del hotel, indeciso frente a la puerta de ascensor. Miró a un lado y a otro hasta que sus ojos rojos se encontraron con el rostro de Jorge Lalinde, uno de los botones más antiguos del Hotel Nutibara.

“Eh, amigo, ve a buscarme una mujer… tú sabes, de esas. Y tráeme también otras ‘cositas’ de la calle”, expresó el artista con marcado acento alicantino, acomodándose los lentes con cierto nerviosismo. Estaba claro que su interés era otro tipo de cabaret.

Lalinde se rascó la cabeza y meditó un momento. Quería encontrar las palabras adecuadas para decirle a Manolo que no podía complacerlo. “Señor Galván, la verdad es que yo por aquí no conozco ese tipo de lugares, y tampoco me dejan alejarme del hotel”, expresó finalmente el botones bajando los ojos.

“¡Ahhh, qué coños dices tú! Me voy a mi cuarto”, respondió decepcionado el sexagenario intérprete y se metió en el ascensor. Minutos después volvió a aparecer en el lobby con bata de dormir y los ojos aún más rojos, quejándose de que le habían robado dinero. “¡Tenía euros, tenía 200 euros!”, gritaba irritado el autor de Te quise, te quiero y te querré.

Fue tal el escándalo que el administrador del hotel tuvo que llamar a la policía, y en aquella noche de sábado, no muy lejana en el tiempo, no faltó quien dijera, aunque en voz baja: “este sí es mucho hijo de ramera”.

Manolo Galván, una de las grandes estrellas de la canción romántica, murió en mayo de 2013, poco después del incidente. En el Hotel Nutibara recuerdan con cariño al artista español con pinta de experto en física cuántica.

“Es difícil domar a los famosos”, dice con condescendencia Jorge Lalinde echándose la bendición, mientras intenta recordar otras anécdotas. Antonio Montes, otro de los antiguos trabajadores del hotel, le sale adelante: “¿Te acordás, Jorge, cuando iban a linchar a Willie Colón?”, le pregunta soltando una carcajada. “Ah, sí, eso fue muy charro”, responde Lalinde y comienza a contar la historia.

“Vea, esto le pasó a Juan Jairo Correa, el trabajador que más ha durado en este hotel. Él estuvo acá 43 años. Resulta que hace varios años vino Willie Colón a un concierto. Se alojó acá en el hotel, donde conoció a una Señorita Antioquia que también era huésped. Hubo química entre los dos, se encerraron, y a Willie se le olvidó presentarse al concierto. Como a las nueve de la noche apareció una turba de gente que quería lincharlo. Le tiraban piedras al hotel y hasta se querían meter. Como no había policías tuvimos que cerrar para cuidar al cantante”, cuenta Lalinde en medio de las carcajadas de su compañero.

Jorge lleva 38 años subiendo y bajando los once pisos del Nutibara. No se siente cansado, asegura, pues sus experiencias en el viejo hotel han sido inolvidables.

En su época dorada el Nutibara tuvo 300 trabajadores, ahora solo quedan cincuenta. Había escaleras en espiral, cocina, lavandería y un túnel que comunicaba el hotel con su filial de enfrente, el Express, ubicado sobre el casino de la calle 52. El glamour de las fiestas privadas, los grandes bailes de medianoche, las escenas de amor bajo las palmeras, los carros lujosos y los banquetes se fue diluyendo entre mareas de humo y olor a cloaca. El Centro se volvió marginal y el Nutibara quedó en medio, atascado en un anacronismo, rodeado de casinos, moteles, ventas de celulares, discotecas, burdeles y tragaderos.

Sin embargo, el hotel conserva su majestuosidad, y muchas estrellas del pasado siguen alojándose allí, motivadas por los viejos recuerdos y por las visiones de un Medellín con tranvía y menos gente, más amable, más caminable, más californiano. El Nutibara resiste, gracias a Dios.

Antonio y Jorge siguen evocando historias viejas. Recuerdan una de Rafael Escalona que cuenta Jorge: “A Escalona lo llevé donde Argemiro, un barbero que tenía su negocio en el sótano. El principal de la barbería, además de estar borracho, estaba ocupado, así que tuvimos que buscar al propio Argemiro. El maestro Escalona estaba impaciente e indeciso, pero esperó. Argemiro, que era supremamente respetado, ya estaba viejo y daba la apariencia de estar ciego, así que Escalona se molestó conmigo y me dijo:
‘hermano, a usted cómo se le ocurre que yo me voy a dejar peluquear de un ciego’. Escalona se fue a buscar otro barbero y Argemiro, quien no tuvo tiempo de defenderse, fue a buscar en un cajón un casete de vallenatos que no era de Escalona sino de Alfredo Gutiérrez, y lo tiró a la basura. ‘Yo pensé que ese man era más alegre y buena gente’, dijo el viejo barbero y volvió a perderse”. Eran días de Feria de Flores hace cerca de treinta años.

Al día siguiente Lalinde buscó a Escalona para ofrecerle disculpas, pero él lo frenó y le dijo: “no mijo, tranquilo, yo soy el que le debe una disculpa, mire que por no hacerle caso me tocó dejarme peluquear de un marica que solo conoce cortes modernos”. Ambos sonrieron, se estrecharon las manos y se despidieron. Estaba resignado con ese Lindo copete.

El Nutibara se fundó el 18 de julio de 1945, aunque jurídicamente había nacido en 1938, en la Notaría Cuarta, como Compañía Hotel Nutibara S.A. Importantes empresarios antioqueños formaron parte del grupo de primeros dueños: Pedro Vázquez U., Bernardo Mora, Alberto Echavarría, Avelino Hoyos M., Jesús M. Mora C., Pedro Olarte Sañudo, Eduardo Restrepo P., Marco Tulio Pérez, Gonzalo Mejía, Luciano Restrepo R., Luis Fernando Restrepo, Aurelio Mejía, Luis Olarte R., Germán Saldarriaga y Jorge de Bedout, entre otros.

En 1940 comenzó la obra, que quedó en manos del arquitecto Paul Revere Williams, nacido en Los Ángeles, famoso por haber construido las viviendas de estrellas como Frank Sinatra, Lucille Ball y Fred Astaire. Williams, un huérfano de origen africano, recomendó un suntuoso estilo californiano con balcones, arcos romanos, entejados inclinados, pisos y adornos en madera.

El terreno, ubicado sobre la carrera Bolívar y la calle 52, costó 200 mil pesos, y en la construcción del hotel, que algún periódico de la época nombró como “el mejor del hemisferio occidental”, se utilizaron únicamente materiales y mano de obra colombianos.

Ex presidentes, toreros, cantantes, escritores y poetas se han alojado en el Nutibara desde su apertura, y hoy, 68 años después, aunque todavía goza del aprecio de la comunidad y fue declarado patrimonio cultural y arquitectónico de Medellín, el edificio de 42 metros de altura ha perdido brillo, y las grietas provocadas por el paso de los años le dan cierto aire gótico a su fachada recubierta de cemento gris.

El Nutibara tiene 132 habitaciones, con un promedio de ocupación cercano al sesenta por ciento. En él se alojan más extranjeros que colombianos, y todavía recibe las visitas de artistas legendarios como Sabú, Tormenta, la Orquesta Aragón, Juan Carlos Godoy y Los Melódicos.

Es un hotel solitario, náufrago en un mar de variopintos negocios, apocado por el viaducto del Metro. Visto de lejos por el cacique que le da el nombre, es casi imperceptible para el ciudadano de a pie, ese que no se percata de la historia de esos muros viejos y románticos que alojaron a los ilustres visitantes de la joven ciudad.

Hotel Nutibara

Panorámica del Hotel Nutibara. Andrés María Ripol, s.f.
 

Hotel Nutibara

Dorita Burgos. Archivo fotográfico Hotel Nutibara, 1974.
 

Hotel Nutibara

Orquesta en el Hotel Nutibara. Archivo fotográfico Hotel Nutibara, s.f.
 

Hotel Nutibara

Lucho Bermúdez y su orquesta. Gabriel Carvajal, s.f.
 

Hotel Nutibara

Empleados del Hotel Nutibara. Archivo fotográfico Hotel Nutibara, s.f.
 

Hotel Nutibara

Campesino en la ciudad (Afueras del Hotel Nutibara). Gabriel Carvajal, 1965.
 

 

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