Placita de Flórez

El mercado popular que rara vez duerme

La Placita de Flórez rara vez duerme. Hoy, martes de octubre, despierta antes de las cuatro a.m., más temprano que los lunes, extensión del santo día en el que hasta una plaza de mercado descansa. A esta hora todavía oscura –las cinco– se ven flores sobre el parqueadero lavado por la lluvia nocturna. Flores en baldes, embaladas, envueltas en plástico, arrumadas en el piso a la espera de la mano que las arreglará para la venta. Flores que delimitan los puestos de dos o tres metros cuadrados de los vendedores, entre los que pasan bulteadores, algunos con costales de papas, que es lo único distinto que a esta hora se mueve en la Placita de Flórez. Así, con zeta, aunque sean flores lo que la mantiene despierta, por el empresario que la construyó entre 1888 y 1891, después de que las élites de la ciudad decidieran que era de mal gusto tener un mercado público en la Plaza Mayor, “lleno de vivanderas, negros, mestizos y mulatos –como afirma el arquitecto e historiador Luis Fernando González–: ya no veía bien que esa suciedad y esa podredumbre se tomaran la plaza de una ciudad que se estaba convirtiendo en importante”. Entonces, para transformar la Plaza Mayor en Parque Berrío y sacar de allí a los mercaderes, le concedieron al señor Rafael Flórez un terreno para que construyera lo que primero se llamó Mercado de Oriente por su estrecho vínculo con esa región antioqueña.

 
 

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