Bares de Guayaquil

Bar La última copa en Guayaquil. Jairo Osorio, s.f.


Hermosos para unos, horribles para otros. Lunares del centro.

Durante la noche, sentados en el bar Hollywood, Juliana no ha dicho mi nombre. No me dice Andrés, sino papi, y cada que me dice papi yo floto en los espacios misteriosos de mi ser. Andrés es el nombre del esclavo que obedece las órdenes del mundo. Papi es un cuento de mil y una noches. Al frente de nuestra mesa está la pista de baile. Los cuerpos de las parejas que bailan me recordarás, aunque me vaya me recordarás son cruzados por rayos de colores. La música truena, las parejas sonríen y el barman sirve un trago en la barra. Me recordarás, aunque me vaya me recordarás.

—Venga bailemos — y Juliana taconea por entre las mesas, arrastrándome de la mano como a un hijo bobo.

Me sube una bomba de sangre a la cabeza. Por favor, voy a pisarle los pies. Las parejas quiebran cintura y la bola de espejos despide rayos en todas las direcciones. Me recordarás, aunque me vaya me recordarás. Será cuestión de los tragos, pero la música comienza a gustarme. Juliana me dice que por favor no le mire tanto los pies. Me avergüenzo y levanto la frente. Me sonríe, tan linda, y su gesto restablece mi confianza. Mi nariz llega a su coronilla, aunque Juliana tiene tacones. Su rostro afilado me gusta, pero ese pequeño lunar redondo al borde de su labio me hace pensar en algo siniestro.

—No mueva tanto los hombros — y su aliento fresco a Chiclets Adams me golpea en la cara.

 

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