Estación Prado

Estación Prado


*Fragmento extraído del libro La historia de mi estación. Tramas y tramos del Metro, publicado por la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá (Metro) con el apoyo del Banco Industrial Colombiano (BIC). Artículo escrito por Jaime Jaramillo Panesso en 1996.

Un dulce olor a parva y colibrí

Su mejor vecino es el parque de Bolívar y su mayor ventaja es estar en el cruce de las mejores rutas del transporte de la parte más antigua de la ciudad. Acariciada por los vientos que bajan del boquerón de Santa Elena, la Estación Prado tiene una planta subterránea, de uso permanente, por vehículos automotores. Es la continuación de la Avenida Gaitán, u Oriental, hacia el Occidente, que pasa por sus entrañas mientras ella recoge en sus vagones a los estudiantes de la Facultad de Medicina, a los llanteras que por cuadras la rodean, a los visitantes de la Iglesia de Jesús Nazareno, a los pacientes del consultorio Central del ISS, a los clientes de los más insospechados bares de Carabobo y Juanambú, a todas las maripositas nocturnas que desde hace veinte años trasladaron su oficio para esta zona, después de la arremetida planificadora, adecentada y oficial sobre Guayaquil.

La Estación Prado hace juego con el barrio del mismo nombre. Es el único barrio de la ciudad con las casas corpulentas, llenas de luz, de espacios y jardines con el olor agradecido de los años cuarentas, ayer de familias numerosas y pudientes, hoy de uso congelado para entidades no gubernamentales, agremiaciones, casas de estudios y unidades médicas. Pero más historia tiene el barrio Villanueva en cuyos predios se asienta la estación.

Estación Prado

Iglesia de Jesús Nazareno


Este barrio tomó notoriedad cuando, hacia finales del siglo diecinueve, Medellín comenzó a crecer hacia el norte. El Parque de Bolívar, en terrenos cedidos por el súbdito inglés y promotor de minería Tyrrel Moore, y la nueva Catedral en ladrillo cocido, son los dos elementos arquitectónicos relevantes. En una calle cercana a la Estación Prado se encuentra la casa en que naciera León de Greiff cuando aún no estaban terminados ni la Catedral ni el Parque.

Si al oriente de la Estación se escuchan opacos motetes de alboradas en las que desfilan los vecinos o se agrupan los dueños dominicales del centro de la ciudad, para disfrutar la retreta de la banda universitaria, con bazares y artesanos de bisutería complementarios, al Occidente le restallan, a golpes de dedos, los presurosos comerciantes de la Plaza Minorista que ocupa el lugar, junto con la glorieta, donde estaba la Estación Villa del Ferrocarril de Antioquia. Barrio con artesanos y migrantes, conoció la boca afluente de la Santa Elena cuando entraba en las aguas del Río Aburrá, que después se llamó Río Medellín.

La más famosa panadería de la ciudad, "Parva de Las Palacios", tiene un letrero pegado de las nubes y hasta hace pocos años se sentía un delicioso aroma en el aire de pandeyucas y panes aliñados. Otrora, mujeres fuertes con delantales blancos, recorrían los barrios residenciales. Llevaban un cajón de madera pulida, recubierto internamente con manteles y amplias servilletas, subdividido en compartimentos especializados con galletitas dulces, encarcelados, panecitos tiernos, merengues tirudos y tostadas crujientes. Las parveras con productos de Las Palacios se abastecían a pocas cuadras de la Estación Prado.

Sólo un automovilista o un chofer de bus conoce cuán valioso es el oficio del llantero. Dispuesto a desvarar al cliente, un llantero derriba la tuerca más rebelde y el perno más torcido. Remienda un neumático en pocos minutos y pone a caminar la llanta renga que llegó adolorida y sin aire. Los llanteros viven alrededor de la estación en sus cuchitriles polvorientos. Trabajan veinticuatro horas mientras en radios destartalados suenan sus canciones salseras que acompañan con silbidos, gruñidos y palabras soeces que le lanzan a los rines torcidos y oxidados. Un llantero es más útil que un computador: siempre habla el mismo lenguaje, nos ayuda a ir muy lejos y está disponible en el mismo lugar día y noche.

Estación Prado

El viaducto proporciona puntos de vista nuevos, como éste de la Basílica Metropolitana


A lo largo de la Avenida Juan del Corral se ubican las casas funerarias de mayor popularidad, así como al final de la calle está el Hospital, la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y el más antiguo consultorio del Seguro Social. La Estación Prado cumple, entonces, un servicio social con la salud y con el misterioso servicio de la muerte que, en cuotas mensuales y llantos redentores, ofrecen a los dolientes.

Colinda con el templo de Jesús Nazareno la casa de las hermanas Echavarría, María y Elena, con sus vidas dedicadas a la restauración de cuadros, artículos y muebles antiguos, de la misma manera que a la artesanía. Es la única casa, quizás, que conserva todas las características de un Medellín desaparecido, incluyendo a sus laboriosas dueñas. Las Echavarría fabrican un vino casero que comparten con sus parientes y los colibríes de topacio que abrevan sus mieles en las propias manos de las fabricantes.

El bullicio de la muchachada se apropia de la plazoleta y las escalinatas del Metro en la Estación Prado. Son los estudiantes de las escuelas cercanas que quieren tomar fotos para el undécimo grado. La maestra se apresura a anotar la lista de sus pupilos, en el orden de la fila, "para que no se olvide su nombre", ni el negro azabache del cabello que luce la morena más bella de la clase.

Cuando en las noches navideñas se prenden las luces que adornan el puente metálico que cruza la calle 58 o prolongación de la Avenida Oriental, y une el Centro Comercial Villanueva con el barrio Prado, voces de seminaristas cantan, en coro, villancicos. Esas voces se escapan por las ventanas, por los corredores y los patios del Centro Comercial que fuera el Seminario Arquidiocesano, antes de trasladarlo a Loreto. Entonces una pareja de enamorados levantan una banderita verde y blanca para decirle adiós a los amigos que, desde la Estación Prado, agitan un pañuelo blanco antes de subir al Metro para Niquía.

Estación Prado

En la Estación Prado, el totem de señalización es una clave para los enamorados.



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