Tres almacenes de la nostalgia
Reinaldo Spitaletta

Tres almacenes de la nostalgia

Almacén Tía. Digar, 1954.


Los tres, en aquellos tiempos de ciudad parroquial y lenta, quedaban en la misma parte: en Pichincha con Carabobo, en el viejo Guayaquil, el mismo de los trenes, la plaza de mercado, las cacharrerías y los cafetines, y de uno que otro ladrón irredento. El Tía, el Caravana y el Ley, tres almacenes por departamentos, toda una novedad en Medellín, cuando ni siquiera se hablaba de hipermercados ni de grandes superficies.

Dos de ellos, eran de pura cepa antioqueña. El otro, el que uno creía que por su nombre se trataba de una pariente desconocida que había puesto negocio, tenía raíces checoslovacas. Los tres revolucionaron el comercio de una ciudad nacida para el “cacharreo”, las transacciones y la consecución de plata.

El Ley, al frente de los otros dos, había sido una idea de Luis Eduardo Yepes, nacido en Copacabana a fines del siglo XIX y que, como a tantos paisas, le dio por irse a “aventuriar” a la costa y abrir en Barranquilla, en pleno carnaval, una tienda con venta de antifaces y fantasías. Era 1922, cuando ya en la lejana Praga, desde dos años antes, los socios Federico Deutsch y Kerel Steuer montaron un almacén que sería, después, el Tía (Tienda Internacional Americana). En 1940, cuando se tuvieron que volar de Europa por la agresión nazi, instalaron en Bogotá el primero Tía, de muchos que se regarían por Colombia. También por Argentina, Uruguay y Ecuador.

Tres almacenes de la nostalgia

Calle Carabobo, entrada al Almacén Caravana en el costado izquierdo. Gabriel Carvajal, 1950.


En Medellín, el Tía se instaló en la década del cuarenta, lo mismo que el Caravana, vecino del anterior. Casi todos los que de niños íbamos a esos almacenes, caminábamos de la mano de la mamá o de alguna tía y era toda una novedad entrar a unas tiendas —tan distintas a las de los barrios— en las que todo se conseguía de una vez.

Sí, las novedades eran múltiples: secciones de ropa, de alimentos, de carnes, de rancho, de promociones en góndolas, de juguetes, de granos, en fin. El Tía, con su aviso de pared, rojo con ribetes blancos y unas rayitas azules debajo del nombre, parecía más ordenado. El que sí produjo una revolución fue el Caravana, fundado por Víctor Orrego (Yolombó 1919-Medellín 2015), un contador que se dedicó de lleno al comercio y era todo un innovador en la publicidad y en la postura de un artefacto que, a partir de 1955, trastocaría las costumbres de la aldea fabril y comercial.

Cuando Caravana tenía un año, estalló el Bogotazo (9 de abril de 1948), que repercutió en todo el país. Los saqueos no se hicieron esperar en Medellín. En el almacén, que luego tendrá un slogan muy vendedor (El gigante de los precios enanos), tras las incursiones de los oportunistas, quedaron zapatos “nonos”. Orrego, ni corto ni perezoso, puso cuñas radiales que decían que los que tuvieran un zapato rojo, sin par, podían ir al almacén por el otro, muy barato. Los zapatos impares y otras mercancías se vendieron a granel.

Después, cuando un circo llegó a inmediaciones de Guayaquil, el almacenista alquiló un tigre y lo puso en la vitrina. El desfile era interminable, pero no tanto como cuando paró en una de las vitrinas a una muchacha en vestido de baño. Los sermones y pulpitazos sacerdotales hicieron que la chica no durara mucho tiempo en la atrevida exhibición.

Y lo anunciado: en 1955 instaló unas escaleras eléctricas, las primeras que hubo en la ciudad. De todos los pueblos de Antioquia se hacían romerías para ir a Caravana a subir y bajar por eso que parecía extraído de un mundo irreal y fantástico. ¿Quién que ya tiene cincuenta o más años de edad, no gozó en esas gradas fascinantes?

Tres almacenes de la nostalgia

Almacén El Kilo. Horacio Gil, 1965.


Orrego fue un campeón del mercadeo y la publicidad. Ingenió los Lunes de ganga, con descuentos en los artículos que se encontraban en el piso; las Ventas relámpago, que duraban treinta minutos con mercancías a mitad de precio. La gente entraba por oleadas. El almacén era un ícono comercial de Guayaquil y el resto de la ciudad.

El Ley, que primero existió en la costa atlántica, en Bucaramanga, Bogotá, Cali y por último en Medellín, es una concepción que su dueño aprendió a fines de la década del veinte en Estados Unidos, donde viajó a observar ese tipo de almacenes por departamentos. En el de Medellín, donde todo el mundo “barequea”, escoge y pide rebajas, se instaló ese almacén de precios fijos, pero con la ventaja de tener de todo, como en botica.

Con diez secciones, el Ley de Medellín se convirtió en eje de esa empresa, hoy desaparecida. “En el Ley cuesta menos”, era uno de sus lemas publicitarios. Y, como gran atracción, cada departamento era atendido por “señoritas elegantes y bien parecidas”. Después, tuvo otro eslogan: “Ahorre tiempo y dinero visitando el Ley primero”.

Y esta crónica de comercio y ventas por departamentos, viene al caso por el reciente cierre del Tía en Colombia. Tras 77 años de estar en varias ciudades (el de Medellín se acabó hace tiempos), el Tía anunció el final de sus días, azotado por los tratados de libre comercio y la entrada infinita de productos chinos de contrabando, según dijo a los medios Luz Mary Sánchez, tesorera del Sindicato Nacional de Trabajadores del Tía. Quinientos cincuenta trabajadores se quedaron sin empleo.

Hubo un tiempo en que el Tía, el Ley y el Caravana, los tres en pleno corazón comercial de la ciudad, en la que, en sus alrededores, estaban almacenes como el Kilo, almacén Sin Nombre, el Éxito, El Mío y decenas más, aparte de las cacharrerías, como La Campana, se batieron como emblemas de “todo en la misma parte”, con precios fijos, pero con gangas periódicas.

Ninguno de los tres existe. Solo en el recuerdo y los imaginarios. En los tres hubo “escaperos” (ladrones de mercancías, que la esconden en su ropa y bolsos) y niños embelesados por un balón o un carro de juguete. Lo más seguro es que el tigre del Caravana esté muerto y la nadadora de la vitrina ya no tenga los atractivos que conmocionaron a los noveleros de la parroquia de entonces.

En Colombia, recientemente se extinguieron los almacenes Tía. Los tratados de libre comercio y el contrabando acabaron con el trabajo de más de quinientos empleados.

Tres almacenes de la nostalgia

Almacén Luna 69. Gabriel Carvajal, ca. 1960.



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