Inventario en pie
Luis Fernando González Escobar

Inventario en pie

Los parques, plazas o plazuelas del Centro constituyen un patrimonio solo por el hecho de estar allí, mantenerse en el tiempo como espacios urbanos y tener continuidad histórica, pese a los cambios de nombre, las intervenciones y los diferentes momentos de su configuración. No es un mérito menor sobrevivir al permanente rehacer de una ciudad como Medellín y conservar su condición de lugares referenciales.

Estos espacios realmente no son muchos. Tampoco son extensos, y por eso su magnitud no es lo más destacable. No todos fueron pensados y reservados previamente; por eso mismo hay dos grupos, al menos entre los siete de los que hablaremos aquí: mientras los parques Berrío, San Ignacio, Bolívar y Boston se delimitaron previamente para luego ser enmarcados por la arquitectura que configuró sus fachadas, las plazas Nutibara, Botero y Cisneros fueron obra de la inserción posterior sobre la trama urbana ya definida por la demolición de lo previo y el uso de la arquitectura que quedó, e, incluso, de la creación de una topografía artificial.

El primer grupo tiene más historia, son los tradicionales y, por tanto, su trazado corresponde a la heredad de ciertos parámetros de las “leyes indianas”, que si bien no cumplieron a cabalidad lo prescrito, implantaron ese vacío cuadrado con gran poder simbólico presidido siempre por una iglesia. Por eso a cada uno de estos espacios lo domina un templo de mayor o menor jerarquía eclesiástica y valor arquitectónico. Inventario en pie Entre estos está la plaza fundacional –la plaza mayor–, devenida en parque republicano en 1895, esto es, el Parque Berrío; una plazuela que a finales del siglo XVIII marcó la expansión al oriente de la limitada y adormilada villa, terminó de configurarse en la segunda década del siglo XIX con el nombre de San Francisco, y ahora se llama San Ignacio después de muchos años de llamarse José Félix de Restrepo; la de Villanueva, que a mediados del siglo XIX amplió la frontera urbana al norte, salvando la quebrada Santa Elena, pero que luego, entre 1888 y 1892, se redefinió como el primer “jardín público” o parque de la ciudad, aunque acentuando su iconografía independentista en 1923 con la instalación de la estatua ecuestre de Simón Bolívar; un parque que esperó el desarrollo de un barrio –el de Boston–, primero tuvo el nombre y luego el prócer, aunque el segundo –Córdova– no se correspondió con el primero –Sucre–, y marcó la transición de la ciudad del siglo XIX al XX, constituyéndose en el primer parque de barrio, toda una novedad que para 1919 florecía pero apenas estaba en la infancia, como dijo Tomás Carrasquilla.

El segundo grupo es producto de la modernidad y da cuenta de aquella secularización incompleta de nuestra sociedad. Son espacios pensados en términos funcionales y estéticos, donde el poder simbólico es más político que religioso; por eso ninguna de sus fachadas tiene la impronta de la arquitectura religiosa, y en su lugar hay distintas formas de la arquitectura institucional y civil que quedó luego de las intervenciones, más otras que completaron la cirugía urbana. En este grupo está una plaza soñada por varios decenios sobre una gran curva de la quebrada Santa Elena, para quitar la fealdad –que fue demolida– y los malos olores –que fueron cubiertos–, darle continuidad a la Avenida La Playa y tener un espacio que presidiera con dignidad la sede del gobierno departamental, como lo lograron en la década de 1940 con la construcción de la Plazuela Nutibara; al lado de la anterior, más de cincuenta años después, se demolieron los tres cuartos de manzana que rodeaban el palacio departamental, para hacer una plaza que enmarcara el antiguo palacio municipal convertido en Museo de Antioquia, renovar parte del decaído Centro de la ciudad e instalar un grupo de obras de Fernando Botero: la Plaza de las Esculturas, inaugurada en el año 2002; la tercera de estas plazas, la de las Luces o de Cisneros, es la más reciente, pues se inauguró en 2005 en el entorno histórico y decadente del barrio Guayaquil, sobre el lote de lo que por décadas fuera la plaza de mercado, también con ánimos de renovación urbana.

El Parque Berrío no podría serlo sin el prócer regional esculpido por el italiano Anderlini y entronizado en la inauguración a finales del siglo XIX; pero el tiempo de este espacio fundacional lo marca y extiende por más siglos la iglesia de La Candelaria, pues su construcción y arquitectura es una sumatoria, desde el inicio de obras en 1768 hasta la culminación de las torres en 1888. Esto incluye los ocho primeros años, de 1768 a 1776, cuando se construyó el cuerpo principal; los trabajos de la fracasada cúpula de latón y madera, dirigidos por Enrique Haeusler entre 1850 y 1854, y, en los mismos años, el frontis trabajado por Antonio María Rodríguez; el desarrollo de la nueva cúpula de ladrillo por este último maestro entre 1857 y 1859 y la ejecución final de las torres entre 1886 y 1888 por Erasmo Rodríguez, hijo del anterior, quien también las diseñó. De ahí el barroquismo popular de la puerta lateral o del Perdón, y el neoclasicismo de la fachada frontal, pues fueron 120 años de suma de partes hasta configurar un todo arquitectónico que no tuvo, como se cree, quién lo concibiera en su totalidad. El tutelaje de La Candelaria se extiende incluso más atrás en el tiempo, en la medida que en el mismo lote que cedieron Cristóbal y Luis de Acevedo en el siglo XVII, donde está la actual iglesia, hubo al menos dos templos más, el primero de ellos reedificado una vez.

Pese al simbolismo y valor histórico de La Candelaria, el marco del Parque Berrío está definido por la arquitectura comercial y bancaria, con ejemplos del cambio del estilo tradicional al moderno que van de los edificios de poca altura a los llamados en su momento rascacielos;Inventario en pie algo de esto puede observarse en el edificio Henry (diseño de Guillermo Herrera Carrizosa, 1929), los del Banco de Colombia (diseños de Federico Blodek, 1951), el de la Colombiana de Tabacos (Darco; Suárez, Ramírez y Arango; Fajardo, Vélez y Cía.; Álvaro Posada P., 1968), y el del Banco de la República (Álvaro Cárdenas, Francisco Baracaldo y Heriberto Castilla, 1974). Así, el ideal del “rascacielos” como señal de progreso urbano, con estéticas modernas y vanguardistas, se plasmó en estos edificios. En este marco, y contiguo a La Candelaria, está el antiguo Banco de la República (inaugurado en 1948, después pasó a ser La Bolsa de Medellín y hoy es un pasaje comercial), cuyos arquitectos –H. M. Rodríguez y Rodríguez Orgaz– no pretendieron competir sino relacionarse desde su lenguaje moderno con la antigua iglesia, en un diálogo respetuoso de escalas y contención estética.

La Plazuela San Ignacio está definida en su carácter y estética por el antiguo complejo franciscano –convento, iglesia y colegio–, que se construyó en tapia entre 1803 y 1816 pero fue intervenido para su “modernización” en las primeras décadas del siglo XX: primero el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, entre 1913 y 1915, por Horacio Marino Rodríguez; luego la iglesia de San Ignacio, entre 1922 y 1926, por Félix Mejía Arango y Agustín Goovaerts; y, posteriormente, el Colegio San Ignacio, con el aporte del mismo Rodríguez entre 1917 y 1920, y la terminación de Goovaerts, que le imprimió ese aire gotizante a su interior, entre 1921 y 1925. La fachada oriental de esta plaza es un severo conjunto arquitectónico de formas historicistas en portadas, columnas jónicas, frontones triangulares, arcos rebajados, frisos con cornisas continuas, remates en balaustres, etc.; en medio de él está la iglesia, donde los arquitectos mantuvieron la portada de piedra original y desplegaron el resto de la fachada de acuerdo a sus características estéticas y con cierto sabor barroco. Este conjunto restaurado, junto con la Escuela de Derecho, es una de las pocas realidades patrimoniales de la ciudad.

Por su parte, el Parque Bolívar está determinado de manera apabullante por la voluminosa Catedral de Villanueva, aquella que le dio vida a un moribundo proyecto iniciado en la década de 1850 bajo el nombre de “Nueva Londres” pero que terminó como barrio Villanueva. La Catedral fue diseñada por el arquitecto francés Charles Carré, construida en parte por él mismo entre 1890 y 1894, y luego dirigida por los maestros Heliodoro Ochoa y Salvador Ortiz, el sacerdote Lucas Vásquez y el arquitecto y también sacerdote Giovanni Buscaglione, quien la terminó y le dio la decoración final para su inauguración en 1931. Más allá de la impronta neorrománica, esta obra destaca por el juicioso y hermoso trabajo del ladrillo, hechura de maestros y artesanos aparejadores como Benigno Morales, quien también trabajó en el fallido proyecto del italiano Felipe Crosti en la década de 1870, e inició obras con Carré y puso el último ladrillo con Buscaglione. Esta catedral, el mayor bien patrimonial de la ciudad, no solo es un símbolo religioso sino también una muestra de la destreza y la técnica de muchos maestros locales que murieron en el anonimato.

La monumentalidad del Parque Bolívar está tanto en la catedral como en la estatua del Libertador, pero su valor histórico y arquitectónico se reparte entre antiguas casas de familias tradicionales que hace mucho tiempo las abandonaron y ahora son ocupadas por locales comerciales u oficinas bancarias, como la de Pastor Restrepo (esquina suroccidental, calle Caracas con Venezuela), la de la familia Echavarría (esquina nororiental, calle Bolivia con Ecuador) o la de la señora Lucía Echavarría (calle Caracas al extremo de la carrera Ecuador). La de Pastor Restrepo es la más antigua, la diseñó don Juan Lalinde y para 1872 ya estaba terminada; marcó la irrupción de un historicismo que se impuso al uso de materiales tradicionales, como se evidencia todavía en balcones y ventanas y en el remate de la cubierta con sus lucarnas. La de la familia Echavarría, de la década de 1920, con su patio octogonal interior y su forma eclética externa (torreón incluido), es una muestra de los modernismos arquitectónicos de corte europeizante en la arquitectura residencial de aquellos años. Y la casa de la señora Lucía Echavarría, hoy sede bancaria al igual que la anterior, fue una obra diseñada por el arquitecto Carlos Arturo Longas en la que introdujo a ese modernismo conceptos americanos, como se evidencia en su fachada y en el interior mismo. Inventario en pieLas nuevas tipologías residenciales, como el Edifico Santa Clara (1944) o el edificio de rentas Echavarría Misas (1955), también dan cuenta de los cambios en la vivienda, las formas constructivas y las características arquitectónicas, por lo que son, como las casas, referentes históricos del Centro antes de que perdiera buena parte de su condición habitacional.

Otro hito arquitectónico del Parque Bolívar es el Teatro Lido. La obra de los arquitectos Vieira, Vásquez y Dothée, inaugurada en 1949, no solo destaca por su estética moderna de corte expresionista, sino también por ser, junto al Pablo Tobón Uribe, de los pocos teatros significativos que quedaron en el Centro después del cierre de muchos de ellos y de su conversión en centros comerciales y de culto.

Más modesto que el del Parque Bolívar es el marco histórico arquitectónico del de Boston. Desde que se delimitó en 1888, y durante casi tres décadas, este fue un espacio con pocas casas a su alrededor, pero se desarrolló tras la construcción de la iglesia inaugurada en 1919 como parte de las celebraciones del Congreso Mariano, un fasto religioso que dejó una gran impronta en la ciudad. El ejemplo histórico más destacado es el templo de Boston, que algunos consideraron insignificante pero otros como Carrasquilla describieron como medio romano, medio fastuoso, pero “bien lindo”. Hasta bien entrada la década de 1920 la arquitectura residencial del Parque de Boston mantuvo su carácter tradicional, de casas de tapias encaladas, ventanas con rejas de madera torneadas, portadas también de madera y cubiertas de tejas de barro, con patios interiores alrededor de los cuales estaban sus estancias. Pero al igual que buena parte de la vieja ciudad, los propietarios acogieron de buena gana la modernización arquitectónica, ya fuera solo de sus fachadas o de la totalidad de sus casas. Para ello acudieron a los arquitectos y decoradores en boga, como se puede ver en el conjunto de fachadas del costado sur que aún sobreviven a la acción del mercado inmobiliario, el cual ha levantado torres donde había casas solariegas. Es una arquitectura residencial más modesta que la del Parque Bolívar, pero no por eso carente de detalles ornamentales historicistas.

El marco patrimonial del conjunto que ahora forman las plazas Nutibara y Botero se caracteriza por el predominio de los “viejos” edificios institucionales –antiguo palacio departamental, antiguo palacio municipal y la sede de las Empresas Públicas de Medellín–, dos de ellos adaptados para el uso cultural. El antiguo palacio departamental, apenas un cuarto del proyecto planteado por el arquitecto belga Agustín Goovaerts, desde el inicio de obras en 1925 fue blanco de enconadas críticas y causó polémica por la monumentalidad, los costos y la propuesta estética. Fue señalado de ser un ejemplo equivocado en tierras tropicales, por su color grisáceo, su penumbra en medio del sol ecuatorial, su arquitectura que parecía más religiosa que institucional –lo llamaban “la catedral”–, y sus formas góticas flamencas en una época en la que se reclamaba una arquitectura más “nacional”.

La contraparte del palacio departamental es el antiguo palacio municipal, en la medida que el segundo fue una respuesta política y estética al primero. Tachado el departamental de responder a una concepción “conservadurista”, el municipal representó las ideas liberales de los promotores, los arquitectos, el jurado del concurso fallado en 1931 y el diseñador Martín Rodríguez, quienes propugnaban por una arquitectura que respondiera más a las realidades del medio,Inventario en pie lo que se refleja en este edificio inaugurado en 1937, que incorpora un lenguaje contemporáneo –el art déco–, pero acompañado por una materialidad –el ladrillo– que da cuenta de las tradiciones constructivas locales, y por formas espaciales interiores y amplios patios que aluden a la historia regional, al igual que la decoración de las puertas.

La arquitectura patrimonial de los alrededores de las plazas Nutibara y Botero tiene otro ejemplo institucional importante pero no tan resaltado, en la medida que no fue pensado ni construido con el simbolismo de los palacios de gobierno, aunque también era llamado “palacio de las Empresas Públicas Municipales”: el edificio Miguel de Aguinaga, inaugurado en 1957 y diseñado por Augusto González de la empresa Suárez, Ramírez y Arango Ltda. Por ese “dejo aristocratizante” de nuestra clase dirigente, a las sedes administrativas del país se les denominó durante muchos años como palacios, a lo que no fue ajeno este edificio que se destacó, en la esquina irregular de la carrera Carabobo con la calle Tejelo, por la propuesta arquitectónica funcionalista en boga, que seguía los dictados de los congresos internacionales de arquitectura moderna y de su gran maestro, el arquitecto Le Corbusier; de ahí que entre sus elementos se destaquen el volumen prismático, limpio, ajeno a decoraciones (en contraste con los palacios cercanos), las franjas horizontales de las ventanas y el control solar del poniente mediante los famosos brise-soleil.

Por su parte, la arquitectura comercial patrimonial de la Plazuela Nutibara partió de la forma de la misma plaza, que a su vez estaba determinada por la gran curva de la quebrada sepultada. Los múltiples proyectos presentados para la plaza plantearon edificios curvos. En buena medida eso fue lo que hicieron los arquitectos del Edificio Naviera –ahora Edificio Antioquia– o el del Álvarez Santamaría –el Portacomidas–. El edificio Álvarez Santamaría, diseñado por Luis Olarte Restrepo y Juan J. Berdugo (1944), fue un novedoso ejemplo de líneas curvas, airoso, moderno y expresivo para salvar la sinuosidad del lote, mientras que el Naviera, diseñado por la oficina de arquitectura Vieira, Vásquez y Dothée (1949), fue llevado a la máxima expresividad con la metáfora de una popa de barco en la esquina de la carrera Palacé con la Avenida Primero de Mayo para hacer honor a la empresa promotora. Por su parte, el Hotel Nutibara, que estaba contemplado en el mismo proyecto, en un principio tuvo una propuesta vanguardista también con formas curvas, pero luego los inversionistas acogieron otra más convencional y menos riesgosa dentro de los parámetros estéticos de la élite: el Art Nouveau muy californiano que les propuso el arquitecto norteamericano Paul Williams hacia 1943.

Contiguos a la Plaza Botero, siguiendo el paseo Carabobo hacia la iglesia de La Veracruz, también hay tres ejemplos representativos de arquitectura comercial: el Gutenberg (1940), la Compañía Colombiana de Seguros (1944) y el San Luis, sede de la General Electric (1954). Cada uno de ellos representa un momento constructivo y por tanto histórico: en el Gutenberg, diseñado por H. M. Rodríguez, el de la nueva arquitectura de ladrillo protorracionalista; en el Edificio Colseguros, diseñado por I. Vieira J. y F. Vásquez U., el de la arquitectura moderna con tintes expresionistas, líneas verticales que resaltaban su estructura y enmarcaban grupos de vanos cuadrados, y piso noble con pérgola; y en el San Luis, el de las ideas racionalistas, de fachadas lisas, sin decoración, pero todavía con el gesto del piso noble que después desaparecería de la arquitectura urbana.

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Muy diferente es el caso de la Plaza de Cisneros, pues este espacio se configuró hace pocos años –entre 2001 y 2005–, con una idea contemporánea en un entorno de mucha sensibilidad histórica. El nombre inicial de Plaza de la Luz fue cambiado por el de Cisneros, un lugar desaparecido con el ensanche de la avenida San Juan; adicional a ello, está construida sobre el lugar que ocupara la antigua plaza de mercado de Guayaquil, incendiada, demolida y abandonada entre 1968 y 2000. En su marco inmediato preexistían los edificios Vásquez y Carré, en el costado oriental; la esquina del Almacén La Campana y el conjunto de antiguos locales y viviendas en la parte nororiental; el Pasaje Sucre, demolido para darle paso a la biblioteca de Empresas Públicas de Medellín, en la parte occidental. En el costado sur, por su parte, limita con San Juan, al otro lado de la cual están la emblemática estación del Ferrocarril de Antioquia y el Centro Administrativo La Alpujarra.

Sobreviven, pues, tres grandes referentes patrimoniales con gran valor histórico. Los conocidos como “edificios mellizos” fueron de los primeros de renta comercial en la ciudad, promovidos por el empresario Eduardo Vásquez Jaramillo, con el diseño y construcción de Charles Carré entre 1893 y 1894, y a partir de 1916 fueron conocidos como Vásquez y Carré para homenajear al promotor y al arquitecto de los mismos. La estación central, o Guayaquil, como también se conoció, fue diseñada por Enrique Olarte y construida entre 1907 y 1917, por lo que, contrario a lo que se cree, cuando llegó el primer tren a la ciudad en 1914 no estaba terminada. (Esta delimitación temporal solo hace referencia al cuerpo central, pues el conjunto, incluidas las bodegas y otros cuerpos, fueron añadidos en un proceso que se extendió hasta 1937).

El valor de este patrimonio aumentó cuando fueron restaurados y reincorporados al uso urbano luego de años de abandono, lo que testimonia su valor constructivo y arquitectónico. Entre 1984 y 1994 la Fundación Ferrocarril de Antioquia recuperó el edificio de la estación; después, entre 2002 y 2004, la empresa Concypa intervino el Carré; y, por último, L. Forero y Cía. restauró, en febrero de 2006, el Vásquez. El resultado es un enorme contraste entre la fachada oriental de la plaza, intervenida desde la restauración y el respeto al patrimonio, y la occidental, concebida desde la renovación y la recuperación.


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