El pueblito que la ciudad lleva por dentro

[…] hicieron de Tejelo un hervidero diurno y nocturno, rememorando sin saberlo el
callejón de los extramuros de la ciudad de finales del siglo XIX
.

Historias callejeras, Archivo Histórico de Medellín.

En los alrededores de Tejelo –ese pasaje en diagonal del Centro de Medellín convertido en mercado popular–, hace veinticinco años no existía la Plaza de las Esculturas ni el Museo de Antioquia tenía como sede el antiguo Palacio Municipal; el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe seguía en remodelación –iniciada en 1987 tras el traslado de la Gobernación al Centro Administrativo La Alpujarra–; el metro no había entrado en funcionamiento; la carrera Carabobo estaba abierta al tráfico vehicular; y EPM tenía como sede principal el edificio Miguel de Aguinaga (construido entre 1954 y 1957), el referente moderno del sector, que con su fachada lateral encajona a Tejelo.

Antes de que todo eso pasara y se abriera paso una transformación radical del paisaje del Centro, que derribó manzanas para llenarlas de esculturas, peatonalizó Carabobo y revivió dos palacios para ponerlos al servicio de la cultura –cambios que atraerían a miles de turistas–, en Tejelo hervía en forma de mercadito popular la reminiscencia del Guayaquil perdido; una Medellín antigua, guayaquilera y pueblerina, que se resistía a desaparecer.

El pueblito que la ciudad lleva por dentro

Era un pasaje de una cuadra de extensión –entre la avenida De Greiff y la plazuela Rojas Pinilla– atiborrado de puestos de madera con venta de pescado fresco; carretadas de frutas y verduras; tiendas de yerbas y brebajes; graneros surtidos; y bares y cantinas con música de despecho y carrilera, coperas en la entrada y máquinas tragamonedas titilando en la oscuridad de los negocios. Una plaza de pueblo en la mitad de la ciudad; un universo propio, autosuficiente y autocontenido en un calle. Indiferente a sus alrededores. Un amasijo de olores, sabores y sonidos que evocaban los inicios de la ciudad actual.

“Tejelo es una forma de conservar las representaciones colectivas en torno al mercado y al pueblo”, me dice Tatiana Hernández, profesional social de la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), Ph. D. en Ciencias de la Sociedad y magíster en Urbanismo, sentados en uno de los comederos al aire libre que hay en la Plazuela Rojas Pinilla.

El pasaje cuenta con una larga historia y estigma propio. Desde finales del siglo XIX, las autoridades no vieron con buenos ojos a Tejelo y lo trataron de callejón. Se formó en el punto donde el Centro se unía con la periferia, cuando Medellín se acababa en la Santa Elena, y desde allí fue testigo de la progresiva cobertura de la quebrada, la más grande transformación del Centro en la primera mitad del siglo XX (entre 1920 y 1940). A orillas de la Santa Elena fue coso y pesebrera de caballos y se conocía como la “calle del hueco”, por sus malas condiciones sanitarias. Luego fue la “calle de los fundidores”, cuando se llenó de talleres para fundir cobre. Y también fue llamada La Alhambra, la misma de Guayaquil, con la que comparte numeración: carrera 52A.

El pueblito que la ciudad lleva por dentro

El Archivo Histórico de Medellín en su libro Historias callejeras, dice de Tejelo (p. 56): “No obstante el desdén oficial, los intereses particulares primaron y dieron pie a compraventa de solares, encausamiento de aguas, construcción de casas y otros procesos urbanísticos que hicieron que el callejón se poblara de personas de diferentes clases sociales, como sastres, talladores, esterilladoras, comerciantes y dependientes que le dieron a Tejelo una vitalidad que definiría su vocación”.

Ese fue el lugar que acogió espontáneamente un mercado a cielo abierto luego de que El Pedrero de Guayaquil (sobre la carrera Díaz Granados) fuera trasladado a la Plaza Minorista en 1984. El pueblo empieza a dejar de ser pueblo y la ciudad empieza a ser ciudad cuando saca las ventas de víveres de sus plazas principales y construye mercados cubiertos. Tejelo es el recordatorio vigente del pueblito que Medellín todavía lleva por dentro.

Y ha sufrido varias transformaciones para mejorar sus condiciones sanitarias y garantizar su existencia futura como un mercado de proximidad dónde comprar víveres frescos. En 1995 cuarenta carretilleros que ocupaban el espacio público de Tejelo se organizaron para defender sus puestos de trabajo, dando origen a la Asociación de Comerciantes de Tejelo (Asotejelo). Consiguieron que los carnetizaran y ubicaran en puestos de madera a lo largo del pasaje. Luego vino el traslado de los venteros de pescado al Centro Comercial del Pescado y la Cosecha y más recientemente, en 2009, con el patrocinio del Ayuntamiento de Barcelona, Tejelo vivió un profundo proceso de remodelación y reglamentación para convertirlo en un mercado a cielo a abierto que replicara las buenas prácticas de los mercados de la ciudad española. Las obras fueron ejecutadas por la EDU e incluyeron el adoquinado y la ubicación de cuarenta módulos dobles para ochenta adjudicatarios.

En el costado de la Plazuela Rojas Pinilla sobre la carrera Cundinamarca hay cinco módulos de venta de comida, con mesas y sillas bajo techos de plástico. Mientras Tatiana Hernández me explica la nueva intervención que realizará la EDU, que busca remodelar la plazuela con una jardinera central y la siembra de nuevos árboles, nos atiende Gabriel Jaime Soto, miembro de Asotejelo, que nos cuenta orgulloso sus inicios como fritanguero. “Este es el parque de las sancocherías, famoso por los sancochos”, dice. “Tejelo es un patrimonio, aquí encuentra el jugo de yuca de don Héctor, el jugo de limón para el estrés, el agua pura de mora para la garganta”, continúa en retahíla como un ventero de pueblo. A la mesa del comedor del lado llega una mujer con sus tres hijos pequeños, entre cinco y diez años, y pide dos platos de sancocho. Los niños hunden las cucharas en la sopa y empiezan a comer. Le pregunto a Gabriel cuánto vale el almuerzo de esa familia y me dice que ocho mil pesos. El pueblito que la ciudad lleva por dentro En ninguna otra parte de la ciudad esa mujer conseguiría alimentar bien a sus hijos por ese dinero.

Tatiana, con ojos de socióloga y urbanista, me señala el pasaje en dirección hacia la Plaza de las Esculturas y el Museo de Antioquia. “El espacio tiene una dinámica muy especial, el costado derecho es de las cantinas, las cigarrerías, las residencias, es ruidoso y se originan riñas. Los módulos de los venteros de frutas y legumbres les dan la espalda a las cantinas y están orientados hacia el costado izquierdo, donde hay graneros, tiendas y un fábrica de embutidos”. Pienso que bien parece la distribución de un pueblo: la calle del comercio por un lado y la calle del vicio por el otro. Las dos caras de una misma identidad.

La Alcaldía de Medellín, por intermedio de la EDU, trabaja actualmente con varias secretarías y Asotejelo en estrategias para revitalizar el sector. Carlos Navarro, secretario de Asotejelo, me cuenta cómo se imagina a Tejelo en un futuro: “Lo veo como un gran centro de distribución de frutas exóticas tropicales y a su alrededor venta de artesanías colombianas, con fondas paisas, abierto veinticuatro horas, siete días a la semana. Con una gran inversión sin excluir a los actuales adjudicatarios, que sean socios del proyecto, así esta zona deja de verse como deprimida”.

En la esquina de Juanambú con Cundinamarca está ubicado el busto del general Gustavo Rojas Pinilla que parece mirar, con las cejas alzadas, a través del pasaje. En ese punto se imagina uno un portal de entrada al centro histórico de Medellín, que atraviese el pueblito que no hemos dejado de ser.

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