Edificio Escuela
Gloria Estrada

Paraninfo

Universidad de Antioquia. Benjamín de la Calle, 1914.


Se pasan la mañana tomando el sol plácidamente, sintiendo el viento fresco sobre sus cuerpos, acompañadas por sus parejas que les hacen cariños en la cabeza. No sufren de estrés porque no tienen que enviar hijos a la escuela ni hacer filas en el banco, y mucho menos salir a buscar el pan de cada día: en cualquier momento doña Elvia, la generosa Elvia de falda larga y pelo corto, llega desde Caicedo con su coca de arroz cocido que esparce como semillas en el parque. Y ellas, sedentarias y acomodadas, comen y hacen siesta y digestión en los techos del edificio San Ignacio, más conocido como Paraninfo.

Lo que convierte a las palomas en el enemigo público número uno es que son centenares y que no solo viven su idilio en los techos sino que también cagan y empollan. Estiércol que corroe canoas y columnas, y huevos que los gallinazos buscan sin descanso destrozando las tejas y el armazón. Una guerra sin cuartel contra la integridad de un edificio bicentenario en el que se han invertido 3700 millones de pesos a lo largo de casi veinte años de restauración.

Pero a pesar del daño que provocan en forma de goteras y humedades cuya reparación le cuesta hasta seis millones de pesos anuales a la administración, el Paraninfo siempre luce como nuevo. Jardines, puertas, ventanales y oficinas son una muestra de la entereza de la que carecía en 1987, cuando los hongos se explayaban por todas partes y era evidente el deterioro de pisos, entrepisos, muros, estructura y ornamentación.

Paraninfo

Universidad de Antioquia. Fotografía Rodríguez, 1928.


El diagnóstico lo hizo en ese momento un grupo de arquitectos –encabezado por Clemencia Wolff Idárraga– que se interesó por la restauración de ese pedacito de historia que le quedaba a Medellín, y a partir de su declaratoria como Monumento Nacional en 1982 se dieron a la tarea de convencer a todo el mundo de recuperarlo.

Para eso se metieron la mano al bolsillo varias empresas públicas y privadas, y hasta profesores vinculados a la Universidad de Antioquia que donaron parte de sus salarios. La obra implicó intervenciones en corredores, aulas y balcones; el entrepiso se actualizó con sismorresistencia, y a las paredes se les descubrió el ocre original después de meses de escarbar capas y capas de pintura que pasaron por tonalidades de gris, beige, café.

A manera de recompensa, en la remoción, los restauradores encontraron una piedra conmemorativa de 1821 y, en la torre de madera que se levanta sobre el frontis, un documento para anotar información sobre el estado del tiempo, lo que hace creer que en algún momento el sitio fue usado como observatorio meteorológico.

Como cualquier restauración que se respete, la del Paraninfo sufrió parálisis y tropiezos, falta de plata y aplazamientos, pero pudo entregarse una primera fase en 1997 y el trabajo final en 2004. Una joya recuperada que ocupan hoy, en horario de oficina, un centenar de personas vinculadas a la emisora de la Universidad de Antioquia, la librería universitaria y una decena de despachos institucionales.

Un pasado turbulento

En el Paraninfo nació, creció y empezó a reproducirse la Universidad de Antioquia. Allí llegaron en agosto de 1803 los frailes Rafael de la Serna, Juan Cancio Botero y Manuel Garay, quienes habían abierto un par de meses antes sus aulas de latín y letras menores en los alrededores del Parque Berrío. Para julio de ese año el cabildo de Medellín compró el terreno en el que se iniciaron las obras del edificio del Paraninfo. La primera piedra fue colocada el 2 de agosto de ese mismo año y las obras avanzaron gracias a las donaciones de vecinos de Medellín, Rionegro, Marinilla, Copacabana y Envigado, entre otros.

El entonces Colegio San Francisco, uno de los bastiones del tridente iglesia-claustro-convento, inició labores con las cátedras de gramática y filosofía, en un plan de estudios que poco a poco fue incluyendo materias novedosas para la época como ciencias naturales, trigonometría, álgebra, física experimental, mecánica, astronomía y química.

Edificio Escuela

Biblioteca de la Universidad de Antioquia. Fotografía Rodríguez, 1939.


También, claro, había clases de religión. La formación religiosa era tan importante que los maestros hacían examen de conciencia a sus estudiantes para establecer si debían confesarse o si podían recibir la comunión sin pasar por el confesionario.

A partir de octubre de 1822, una vez terminadas y padecidas las guerras de Independencia, el edificio y las rentas del convento de los franciscanos pasaron a la institución, que a partir de entonces empezó a llamarse Colegio de Antioquia. Este funcionó en medio de dificultades hasta 1830, año en el que tuvo que ser cerrado por los destrozos sufridos durante la ocupación de las tropas leales a Simón Bolívar.

En 1834 el edificio reabrió sus puertas con el nombre de Colegio Académico de Medellín y se reorganizó en tres escuelas: gramática, filosofía y jurisprudencia. Además de las cátedras de derecho, se incluyó la de química y metalurgia, un requerimiento de la minería antioqueña. Finalizada la Guerra de los Supremos (que duró tres años, 1839-1842, y que fue detonada por una ley que ordenaba suprimir los conventos que albergaran menos de ocho religiosos), el colegio fue entregado a los jesuitas, quienes duraron al mando apenas dos años pues la resistencia de un grupo de jóvenes librepensadores, liderados por un exalumno y exdocente: el diputado José María Facio Lince, logró expulsarlos. Nombrado rector, Facio Lince aprovechó para introducir nuevas materias como inglés, lógica y matemáticas, economía política, derecho de gentes, geografía y mecánica. Su rectoría terminó en 1851.

Por fin, para 1864, el nivel académico del colegio se potenció de manera dinámica gracias al periodo de tranquilidad política del que gozaría Antioquia a lo largo de poco más de una década. Fue en esa etapa en la que se propició el paso del colegio a institución de educación superior, organizada en escuelas y con la potestad de entregar títulos profesionales. Así, durante el gobierno provincial de Pedro Justo Berrío, el decreto del 14 de diciembre de 1871 estableció la Universidad de Antioquia en el edificio que servía al entonces Colegio del Estado.

La marcha de la nueva universidad en aquellos años gozó de estabilidad y buen nombre, influyó de manera positiva en el desarrollo de la región con sus egresados, quienes ejercieron como abogados, jueces, médicos, artesanos y maestros no solo en Medellín sino en localidades del territorio antioqueño. En las décadas finales del siglo XIX la institución creció en número de alumnos, docentes y cátedras, también en graduados y sedes alternas. Sin embargo, con el estallido de una nueva guerra, tuvo que cerrar entre 1876 y 1878. Al reabrir, el personal estaba sentidamente menguado: 76 estudiantes.

Paraninfo

Sin embargo, la universidad había llegado para quedarse y el edificio del Paraninfo seguiría siendo su casa por muchos años. Fue así como en un nuevo periodo de ritmo académico continuo, entre 1913 y 1957, en el Paraninfo se llegaron a oír las voces de los aprendices de inglés, lógica, matemáticas, economía, geografía, cosmografía, física y mecánica. También empezaron a llegar mujeres y negros sedientos de conocimiento que hasta entonces no habían sido considerados aptos para la educación superior. Fue una época de gran dinamismo cultural, en 1929 se creó la imprenta; en 1933, la Emisora Cultural; en 1935, la Revista Universidad de Antioquia; el Museo Universitario, en 1943, y se reorganizó la Biblioteca, en 1935. Igualmente, fueron los años de consolidación del Liceo Antioqueño y de la Facultad de Medicina.

Primera restauración

Después de tanto agite, abandono y ocupaciones, ya era hora de que llegaran los años dorados a la Universidad y al edificio. Justamente su inicio estuvo marcado por la llegada del rector Miguel María Calle en 1913, quien promovió y gestionó la primera restauración del Paraninfo.

Los planos y la ejecución le fueron encomendados ese mismo año al arquitecto Horacio Rodríguez (hermano de Melitón, el fotógrafo), que no descansó hasta entregar el edificio en 1921. Con este proyecto no solo se logró la reconstrucción, sino también la solución de problemas de humedad ocasionados por la quebrada La Palencia que le pasa por debajo. Además se construyó el Aula Máxima, o Paraninfo, que acabaría por darle nombre e identidad al edificio.

En los años cincuenta del siglo XX, la Universidad de Antioquia superaba ya el millar de estudiantes y tenía una serie de facultades y dependencias esparcidas por toda la ciudad, lo que representaba grandes dificultades, problemas y costos. De ahí la necesidad de un nuevo espacio para la institución que crecía y se transformaba con ímpetu.

Sería bajo la tutela del gobernador Ignacio Vélez Escobar, en la década del sesenta, que se llevaría a cabo la construcción de la Ciudad Universitaria en un lugar que se conservara en los límites del perímetro del Centro de Medellín, con suficientes zonas libres y con una arquitectura y concepción de espacios guiada por los modelos de las universidades gringas.

La Universidad abandonó el Paraninfo en 1970, cuando se fue a estrenar la ciudadela aún sin terminar. En el Paraninfo quedaron algunas oficinas, la emisora y los estudiantes del bachillerato nocturno. Pero la emisora fue la única que permaneció durante la larga restauración de los años noventa, solo ya casi al final de las obras la trasladaron de manera temporal a una casa en el barrio Prado. Ayacucho por el norte y Girardot por el oriente son las calles que rodean al edificio. Miles de transeúntes y habitantes del Centro transitan por allí día y noche, y aunque no miren su polvorienta fachada, saben que es el Paraninfo el que está ahí.

Adentro, en un ambiente silencioso y fresco, los funcionarios comparten espacio con los usuarios esporádicos de las aulas, los fieles asistentes a cine cada ocho días, y los universitarios que se gradúan cada semestre en el Aula Máxima y llenan las 350 sillas con sus familiares y amigos.

Desde el segundo y el tercer piso puede verse El flautista de Rodrigo Arenas Betancur. Tan incómodo que parece, pero aun así se da el lujo de no haber sido ensuciado por las palomas. Porque ellas no bajan, al menos no con frecuencia ni en bandada, al primer piso del Paraninfo. No, ellas están allá arriba en el tejado, acicalándose, disfrutando el viento suave que baja de las montañas hasta el Valle de Aburrá.

Afuera, un muchacho andrajoso espera sentado al pie de una de las puertas selladas del Paraninfo. Él sabe que apenas Elvia, la buena Elvia, acabe de sembrar arroz en la Plazuela San Ignacio, le va a entregar la coca para que la desocupe toda.

Paraninfo


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