Paseo La Bastilla

Según el historiador Jorge Orlando Melo, esos lugares, donde los hombres de clase alta tomaban trago mientras jugaban póker, tute, dados y otros juegos de azar, eran considerados por las autoridades y por la iglesia como “sitios de corrupción, aniquilamiento de las fuerzas físicas y del derroche”. Cuenta Ricardo Olano en sus memorias que antes de que don Hipólito fuera el propietario de La Bastilla, el sitio tenía un aspecto “miserable” y allí se reunía gente de “mala catadura” y además “tenían juegos prohibidos”. Don Polo —así le decían—, como buen comerciante, inspirado en los cafés de Venezuela, invirtió once mil pesos en mejoras cuando lo compró en 1919; le puso baños, le cambió el nombre y puso una cafetería donde la tertulia dejaba la empanada de lado, como era la costumbre, y se amenizaba con ritmos norteños, alhelí y mucho café.


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